martes, 26 de febrero de 2008

El viejo revolucionario y el mar

Una mañana cálida, hermosa estás deambulando por un malecón, donde la gente se mueve en rutas cortas y redondas. Coloridas las calles, algunas cayendo en sus propias ruinas; gente sonriendo, esperando por un gran carnaval esta noche. Ante una barra de concreto monumental, sólo te queda detenerte y mirar hacia abajo. Vaya, pero si sólo hay un mar revuelto, salvaje y bello como las contradicciones de esta misma tierra.

Allá, del otro lado de la avenida un kiosko donde la música hace buena parte de la reunión. Pides una cerveza Bucanero o Cristal, pues hay que saciar la sed mientras tu mente degusta algunos bocadillos de las viejas obras de Ernest Hemingway. El destino es la Bodeguita del Medio, precisamente el lugar donde tales letras fueron cocinadas, concebidas, aderezadas con charlas picantes y algo de ron.

Estrellas, luces solitarias del camino. Te miran con una mezcla de ansiedad y nostalgia, sabiendo que podría ser la primera y última vez. Cada una tiene su propio resplandor, una belleza única entregada a la noche y sus personajes oscuros, que se apoderan de la ciudad de vez en diario. En esta parte del Universo se escriben historias, luego son incineradas para que nadie recuerde y nadie olvide lo que jamás fue escrito.

Al encender un puro y tomar un sorbo de café, redescubres los contrastes de una plaza donde compartiste espacio con John Lennon; las mismas calles que te llevaron a las delicias de un barrio chino, donde las langostas se vestían en la piel de cualquier fruta tropical. Una fábrica de puros, un museo dedicado al ron cubano por excelencia. El diario que sólo consta de una página impresa por ambos lados, enalteciendo a los héroes de la revolución.

Un capitolio con rostro yanqui perdido en una tierra de nadie y de todos. Las viejas casas de arquitectura barroca, donde la gente suele salir a cantar algunas melodías populares (en todo sentido), sonreír a cada paso que das, recordándote tu origen. Y cómo dejar de recordar aquellas playas de ensueño, donde la brisa te abrazaba en medio de una deliciosa mañana, y de noche el fuego de la chimenea coreaba las cuerdas de tu guitarra, al son de las olas del mar.

“La cápsula del tiempo viviente”, como tú la llamaste y cuyo corazón late muy cerca de esta tierra, se mueve al ritmo de una danza cósmica y global. Un paso a la vez, una calle, un puente, una flor. Es así como se recuerda con cariño el hambre, la marginación, la demagogia y los sueños frustrados de libertad.

Hasta siempre comandante; el mundo te saluda.

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